¿Eres de derechas o de izquierdas? ¿Monárquica o republicana? ¿Nacionalista o separatista? ¿Patriota o globalista? ¿Estatista o liberal? ¿Religiosa o atea? ¿Machista o feminista? ¿del Colo-Colo o de la U.? ¿Vegana o carnívora? ¿Te lo han preguntado alguna vez? Ahora hasta te preguntan si antivacunas o covidiano; y los más atrevidos, que si terraplanista o esferista. Les juro que me ha pasado. La cuestión es marcar la diferencia, sembrar desconfianza y predisponerte a la defensiva frente al otro, siendo incluso de tu clan.
Durante la República Romana (siglo I a. C.), Julio César se destacó como estratega político. En su campaña de conquista de la Galia (norte de la actual Francia), César aplicó de manera brillante la táctica de enfrentar a los pueblos galos entre sí. En lugar de enfrentarse a una coalición unida de tribus, fomentó rivalidades internas, alianzas temporales y conflictos locales, debilitando su capacidad de resistencia colectiva. Esta práctica permitió que, pese a ser numéricamente inferior, el ejército romano conquistara la Galia entre el 58 y el 50 a. C. Aunque se le atribuye comúnmente a él, Julio César no pronunció literalmente la máxima “divide y vencerás”, pero encarnó su esencia en sus campañas militares y en su política en Roma. No obstante, esta táctica trascendió y se convirtió con el tiempo en un método de control y conquista por parte de quienes han ostentado el verdadero poder a lo largo de la historia.
El 16 de noviembre de 2025, Chile celebra elecciones presidenciales y encontré pertinente meterme en este jardín en mi columna del mes. Comprendiendo que exista alguien aplicando la máxima del emperador para mantener su poder con nuestra división, me pregunto quiénes serían los que están por encima de la separación entre derechas e izquierdas. Los monarcas, diría alguien. ¿Serán libres entonces los estados sin monarquía, como Chile? Parece que no y, sin embargo, se huele que algún poder promueve y lucra con la división social. Sin ser una apasionada de la política, en algún momento simpaticé con la izquierda y pensé que ellos eran los buenos, mientras que la derecha serían, por descarte, los malos. Tiempo después, también la izquierda me decepcionó por sus flirteos globalistas y acabé definitivamente desencantada de todos. Hasta que un día entendí que no era la política la culpable, sino quienes la utilizaban para beneficio personal. Pensé, además, que el ejercicio electoral parecía una herramienta eficaz para apaciguar a la población haciéndole creer que votan libremente por una ideología u otra que se alternan el poder; que votar sería, por tanto, la inyección del somnífero de la esperanza en el cambio, aunque los elegidos nunca hagan cambios sustanciales, más allá del ejecutado en su cuenta bancaria, consumando sus legislaturas enfangados hasta el cuello de corrupción.
Mi sospecha de que no es tan aleatorio el resultado de una elección es porque en el fondo, admitámoslo, quienes acaban gobernando un país, generalmente, no son líderes carismáticos, sino agentes mediocres que sirven al statu quo. Alguien, insisto, debe estar sacando provecho de este circo; poderes invisibles que manejan los hilos y se infiltran en las ideologías dominantes para orientarlas en su interés.
Sucede, y este sí es un defecto conocido de las democracias, que las preferencias pueden dirigirse pauperizando y/o manipulando la educación pública, adoctrinando las aulas con sus agendas y suministrando, a todas horas, dosis narcotizantes de Netflix, fútbol, videojuegos, teleseries, noticieros, farándula, delincuencia, inmigración, cambio climático, ovnis, influencers, pandemias, Ucrania, Gaza, etc.; una estrategia con que inyectarnos mensajes subliminales, mantenernos distraídos, obedientes por miedo y, probablemente, peleando entre nosotros.
La jaula del hámster se pule con el incesante cobro de imposiciones de todo tipo engordando nuestra deuda de un dinero que no existe porque no tiene respaldo real y sumergiéndonos en la angustia de cubrir los gastos básicos del mes. Esto permite a los bancos centrales imprimir billetes a placer y cambiarlos por activos reales como nuestro trabajo, bienes y recursos. Porque, al parecer, uno de sus propósitos es cambiar esos papelitos por cualquier cosa que sea de nuestra propiedad, desde una vivienda o un terreno hasta los yacimientos de recursos naturales de todo el mundo. Le meten al político apoltronado un fardo de papeles en el bolsillo y ya tienen comprada la soberanía de ese país. Es cierto que podría llegar al cargo un gobernante decente, pero si se resiste a la hoja de ruta globalista, lo pueden amenazar o exponer a una tentación perversa para grabarlo y extorsionarlo después. En cualquier caso, será suyo o estará muerto, sea de derechas o de izquierdas.
¿En quién confiar entonces? No lo sé, pero siendo obligatorio votar y contemplando la posibilidad de que sirva de algo, yo no me casaría con ningún representante del bipartidismo, menos si están apoyados por grandes fondos de inversión de errática trayectoria, organismos internacionales, dictaduras feudales, monarquías absolutas, industria farmacéutica o filántropos de dudoso historial. Ahora ya no me adscribo a ideologías polarizadas, sino a personas que me inspiran confianza. Hacer presidentes a quienes nunca han demostrado sus cualidades como gobernantes es un salto al vacío, pero si he de votar, nunca compraría un pack ideológico a ojos cerrados: más que en una confesión política, me fijaré en personas con un discurso consistente con el que pueda identificarme en una mayor porción.
Dicho esto, sea cual sea tu voto, querido lector, sí confío que todos aceptemos la libertad de cada cual para elegir y, eventualmente, equivocarse. Estamos de acuerdo en que la democracia no es perfecta, pero es lo menos defectuoso que hasta hoy hemos inventado. Nos tocará, pues, respetar un resultado que no nos guste y pensar que, al final, el mayor porcentaje de prosperidad y confort que podemos alcanzar, no se lo deberemos al político de turno, sino a nuestra propia determinación y talento. Dejemos de pelear con el vecino por el juego de la política y optemos, en cualquier escenario, por una menor dependencia del estado y un mayor cooperativismo entre el pueblo. Cabría pensar que, si incorporamos la impecabilidad en nuestro quehacer y contagiamos la virtud en nuestro entorno, llegará el día en que proyectaremos ese mismo talante en nuestros líderes, por resonancia vibracional con la masa crítica. Mientras intento eso en el espacio que abarca mi campo electromagnético, seré amante incondicional de esta patria que me acoge y de aquella que me vio nacer. Y con patria, digo conciudadanos, compañeros, chilenos, españoles, familia de alma, vecinos, poetas, amigos, tribu, conocidos y desconocidos que compartimos territorio deseando, honestamente, lo mejor para él.
Y a como dé lugar, riámonos más. Si hay algo que debo vencer, que sea la gravedad de atacar a un hermano o un amigo porque eligió algo que yo no elegí. Si no coincidimos en la forma, aferrémonos, al menos, al fin común para que nada nos separe del amor que nos debemos.
@mireyamachi

