¿Sabían que tenemos un sistema educativo que está preparando a nuestros niños para destrezas que, a la edad en que podrán ejercerlas, estarán cubiertas por la inteligencia artificial? Pura obsolescencia desprogramada. La obsolescencia programada es aquella práctica encubierta por la que se empezó a fabricar la mayoría de electrodomésticos, vestuario, etc. con una fecha de caducidad. Es decir, incorporan algún dispositivo, defecto o debilidad innecesaria que los hace estropearse al poco de vencer la garantía, si es que la tienen. De este modo, el fabricante no asume costos y el cliente tiene que volver a comprar, manteniendo así en incesante movimiento la maquinaria del consumismo. Una forma estúpida y avariciosa de castigar al planeta con residuos sin fin. En este caso es intencionado, es decir, programado. Con los estudiantes sucedería algo similar y quiero pensar que no adrede, sino por dejadez, de ahí lo de su obsolescencia “desprogramada”. Es decir, están fabricando trabajadores que quedarán obsoletos en cuanto salgan al mercado y solo se me ocurre achacarlo a una monstruosa, negligente e irresponsable desidia institucional. Es como que a los gobiernos les vino grande reeducar a los docentes para implementar una educación que estimulase los talentos que hacen a los humanos distintos y complementarios a las máquinas: el diseño creativo, la improvisación, la empatía, la intuición, la diversión, la filosofía, la pedagogía, el arte, la gestión de equipos y proyectos, la psicología, el coaching, la política, en fin, tantas aptitudes necesarias en las que el humano jamás podría ser sustituido por un robot. Lo rescatable de esta hecatombe es que los sistemas educativos óptimos para ese futuro ya existen, hace décadas. Lo insólito es que no reciban ayuda estatal. Métodos como Pedagogía 3000, Montessori, Waldorf, Educación Intencional o Aprendizaje Experiencial ofrecen completos programas que asisten a los niños para adaptarlos exitosamente a sociedades en que las cualidades emocionales y creativas serán revalorizadas en un mundo cada vez más despersonalizado y digital.
El futuro es más incierto de lo que muchos imaginan. Ni siquiera el trabajo de un profesor o de un médico será imprescindible cuando se los pueda sustituir con un avatar animado que nunca se impaciente, nunca falle, nunca pida licencia por enfermedad, que sea puntual, ameno e interactivo y que, encima, no cobre. La agricultura intensiva se puede mecanizar cada vez más; las fábricas, ya lo estamos viendo; los bancos, lo mismo; las tiendas ya agonizan ante los gigantes súper-tecnológicos de Amazon, Alibabá o Temu; los jueces y abogados, ídem, ya que las leyes y sus fórmulas pueden ser aplicadas desde una incorporación de datos previa, contemplando cualquier variante con inteligencia artificial. Pero no soy agorera: hay, entre otros, un antiguo oficio al que le encuentro difícil reemplazo: la peluquería. ¿Pondrían ustedes su cabeza bajo las manos de un robot con tijeras? Felicidades, pues, a los peluqueros y aspirantes a serlo. ¿Qué opinan? Pueden compartir su opinión sobre los oficios y habilidades humanas insustituibles por máquinas y la publicaremos en la web.
En cuanto a otras profesiones técnicas avanzadas que pueden solicitarse a medio plazo en este impredecible escenario estaría, precisamente, la nanotecnología, la robótica y la informática cuántica. Será paradójico, pero construir esas máquinas hoy, vuelve irremediablemente incierto el ámbito laboral de las próximas generaciones. ¿Pero nos resistimos o nos adaptamos? Desde mi punto de vista, el relevo no sólo es inevitable, sino que es lo mejor. No creo que esta transformación nos aboque al destino de escasez, hambre y pobreza que algunos auguran, olvidando otros cambios que debieran producirse en paralelo. Junto al progreso tecnológico, es coherente, necesario y urgente que haya un despertar de las energías libres. No porque se vayan a inventar ahora, sino porque hace rato que existían, pero patentadas “por motivos de seguridad nacional”, quizá reservadas a ciertas élites y programas secretos. Sin embargo, la contingencia social que se derive de la revolución de las máquinas, obligará a su desclasificación. Así pues, será perfectamente viable la existencia de rentas básicas universales, mientras el dinero siga siendo necesario. Y no, tampoco temo eso, pues presiento que, pasado un tiempo de adaptación, la ociosidad será anecdótica en un mundo donde se trabaje pocas horas y los laburos estén vinculados a los talentos innatos de cada uno, esos que uno despliega como absorto en un juego de niños.
Me gusta ser optimista y tenemos motivos para serlo. No obstante, para que la transición a esa nueva sociedad sea menos traumática, debemos cambiar radicalmente y cuanto antes los sistemas educativos públicos. Y con esta imperativa necesidad surge otro estupendo empleo a corto plazo: formador de docentes en los sistemas educativos de ese futuro que ya es presente.
@mireyamachi