Tenía muchas ganas de hablar de este tema. Miento. Más que hablar, vivir este tema, manifestarlo, ¡disfrutarlo! Y es que llevo demasiados años escuchando hablar sobre la violencia de género y la lucha de géneros dentro de uno de los ámbitos en que me desenvuelvo. Pero hablar con perspectiva pacifista implica hacerse algunas preguntas:
¿Por qué, con tanta educación por la igualdad, tanto estímulo al feminismo, tanto dinero invertido y tantas medidas disuasivas en todo el mundo, algunas, incluso, sacrificando artículos de la Constitución (como en el caso de España), no se consiguió reducir el número de muertes por violencia de pareja? Si se supone que ese era el objetivo, ¿por qué tan estrepitoso fracaso?
Los datos no engañan: los porcentajes de maltrato y feminicidios no se reducen, siquiera, en los países con legislaciones más feministas. ¿Qué está pasando? ¿Por qué si ya han madurado las sociedades, las mujeres de todo el mundo siguen siendo objeto de malos tratos?
Yo no tengo dudas y la respuesta es múltiple:
1º) Se confunde violencia de género (contra la mujer por el solo hecho de serlo) con violencia de pareja (contra la pareja, con independencia del género, por disfunciones emotivo-psicológicas), fenómenos distintos que requieren abordajes distintos: la primera, social; la segunda, terapéutico.
2º) No nos engañemos: el discurso de género sigue alimentando la cultura patriarcal, sustituyendo al hombre por el Estado: no quieren que el hombre sea protector, pero sí que el Estado entregue protección y beneficios especiales a la mujer. Como ejemplo, la ley de paridad, que supone, implícitamente, concebir a la mujer como más incapaz, sin posibilidad de alcanzar, por méritos propios, los mismos requisitos intelectuales que un hombre para un cargo. Y así como el Estado tutela a un paralítico que nunca podrá caminar, tutela a una mujer para forzar su acceso a puestos laborales con independencia de su capacidad. A mí, como mujer, me ofende semejante machismo encubierto y regulación anti orgánica del mundo laboral.
3º) Se minimiza el protagonismo de problemas emocionales y hasta psiquiátricos que deben ser tratados en cada afectado/a. Ese es el único esfuerzo que pediría al Estado o, más bien, a las instituciones educativas: idear programas de prevención que partan por educar a los padres, futuros padres y jóvenes sobre el trato en la infancia que acaba generando personas maltratadoras.
4º) Se combate sólo la violencia de pareja ejercida por hombres, enviando un mensaje ambiguo a las nuevas generaciones sobre lo inaceptable de la violencia en cualquier dirección. ¿Cómo va ser más malo maltratar a una mujer que maltratar a un hombre? ¿Acaso las mujeres son siempre seres de luz? se preguntan jóvenes que han sido acosados por sus compañeras. Y ante el incremento de mujeres agresoras en las aulas o del maltrato en parejas del mismo sexo, también muchos profesores se preguntan sobre la consistencia de este enfoque de género que, finalmente, acaba debilitando cualquier invitación a respetarse, sea quien sea el otro.
5º) Se fomenta la igualdad y la liberación de la mujer con la temeridad de no considerar los celos patológicos de los hombres, con lo que el celoso se ve provocado. Este error explicaría la alta prevalencia de femicidios en los países del norte de Europa (más liberales e igualitarios) y la baja prevalencia en los países del sur (más machistas). De hecho, una estadística del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia revelaba que Finlandia tenía casi el doble de femicidios que España. Olvidan que el machismo se apaga cuando apagas el combustible que lo alimenta: los celos masculinos. En cambio, un ambiente machista socialmente integrado, actúa de contención, burda y provisional, para un hombre celoso sin terapia. Y, sin embargo, las estadísticas mencionadas revelan que funciona, al menos, para evitar el incremento de los casos más sangrantes. Saca ese escudo sin tratar al celoso y ya tienes la mecha de la bomba prendida. De ahí que proponga que, por supuesto, contengamos el machismo, pero siempre de forma paralela al tratamiento psicológico urgente y adecuado de los hombres celosos.
6º) Como explico en mi libro “Amar bien, un desafío individual”, la sensibilización no debe focalizarse en la maldad o vulnerabilidad intrínseca de nadie por su género. La vulnerabilidad es algo mucho más energético y psicológico que físico y, además, si lo pensamos bien, se puede “matar” a alguien de muy retorcidas formas sin mancharse las manos de sangre ni ejercer fuerza física.
7º) Por último, se olvida por completo el poder de las palabras y la ley de atracción, de modo que las campañas se enfocan en un lenguaje bélico y violento que amplifica el problema, victimizando más a las mujeres y estigmatizando a los hombres, logrando, únicamente, azuzar el fuego del conflicto.
Y a este último punto se refiere el título que puse a esta columna, porque es algo que podemos observar y modificar todos en nuestro discurso cotidiano.
Conocemos campañas muy costosas e impactantes para “luchar contra” la violencia “de género”. Casi todas, si no todas, contienen un mensaje de “amenaza” y “desprecio” hacia la persona agresora (un hombre, invariablemente). Sin embargo, enfocarse en lo malo atrae más de lo malo y utilizar un lenguaje negativo, refuerza lo negativo. Por eso, una campaña útil, en lugar de emplear el “contra” que invoca aquello que rechazamos, ha de preferir el “por”, que evocaría lo deseable. Como dijo sensatamente una Premio Nobel de la Paz: “no me llamen a una marcha CONTRA la guerra, llámenme a una marcha POR la paz”. Este uso del “POR” nos obliga a focalizarnos en el estado deseable, a visualizarlo, a concebirlo y de ahí, a vibrar en la emoción de que existe, que es alcanzable, que en algún plano ya es real, activando el magnetismo que lo atraerá a nuestra vida. Desterrando el “contra” de nuestro discurso y asociándonos al “por”, adoptaremos a un socio asombrosamente efectivo para nuestros fines.
Hablemos entonces del respeto en la pareja, del amor intrafamiliar, de las relaciones benevolentes, del buen-trato y de la paz de género. Alineado con este planteamiento, diseñé mi taller “Por el buen trato en la pareja”, que ofrezco para comunidades educativas y otras instituciones. Tomen nota.
@mireyamachi